jueves, 21 de febrero de 2013

En Venezuela estamos jugando con nuestra comida

La economía venezolana es una cosa de locos. Y eso desde hace varias décadas ya. Pero el gobierno de Hugo Chávez no ha marcado la diferencia, aunque así pretendan hacernos ver. Aunque frenó la inflación exorbitante que hubo en los gobiernos de CAP y Caldera, seguimos teniendo una cifra inflacionaria (entre 20 y 30% anual) que sorprendería a cualquier país medianamente estable del mundo.

Con lo poco que puedo saber de economía, puedo decir que el control cambiario, que en un principio parece habernos salvado de la quiebra, es hoy uno de los factores que más afectan a nuestra moneda. A pesar del supuesto control, y a pesar de tener el barril de petróleo más caro de la historia, el Bolívar se ha devaluado 869% desde que Hugo asumió el poder por primera vez en 1999 (fuente).

Somos una economía dependiente del petróleo, y no producimos casi nada de lo que necesitamos consumir, por lo que importamos demasiado, es decir, somos demasiado dependientes del comercio en divisas, y gracias al control de cambio, las divisas son sumamente difíciles de conseguir. Esto ha generado un mercado negro de las mismas, además altamente especulativo. No digan que no, ya va por Bs. 25 por dólar, lo que equivale casi el 400% del precio oficial.

Los comerciantes han tomado como referencia para sus precios el dólar negro en lugar del dólar oficial, aunque muchas veces consigan dólares al segundo precio, obteniendo ganancias altísimas por producto. Muchas veces se excusan en el costo de la operatividad, el costo de que sea tan difícil y lento el proceso de conseguir divisas legalmente, y hasta cierto punto, tienen razón. Pero el gran negocio sucio que reina en la economía venezolana, es el comercio directo con las divisas en efectivo. Quienes tienen dólares, muchas veces conseguidos a precio oficial, o ganados directamente en el exterior, los venden al precio del mercado negro, generando un círculo inflacionario, que no hace más que seguir matando nuestra moneda.

Aparte de este juego de las monedas, del irrespeto total de este gobierno hacia la empresa privada, y del hecho de que no producimos lo suficiente para alimentarnos, está la regulación de precios de los productos de cesta básica, con la cual se ha producido exactamente el mismo efecto, sólo que ahora, jugamos con nuestra comida.

Con la historia de la especulación en los precios de los alimentos (que no dudo que existiera, pero dónde rayos quedaron los organismos de defensa del consumidor, el P.V.P, etc.), el gobierno es quien decide los precios de ciertos productos de la cesta básica. Por un lado, las empresas están ahogadas, pues entre la inflación y la falta de divisas, no obtienen ganacias suficientes para mantenerse, lo cual genera escasez; y por otro lado, mucha gente de nuestro querido pueblo aprovecha los precios irrisorios y la misma escasez para comprar productos "al mayor" en el supermercado, y revenderlos a precios altísimos (unas cinco veces el precio regulado) en el mercado informal, o en Colombia, donde pueden obtener dólares. Todo esto, genera más escasez.

Consecuencia: los productos de la cesta básica no se consiguen en los anaqueles, mientras en el centro los venden a precios elevadísimos, y cuando se da una alarma de que en algún lugar hay tal producto (leche, harina, arroz, pollo...) se corre la voz rápidamente, y se hacen colas insufribles para entrar al supermercado, en las cuales, la mitad de la gente va a comprar con que comer, y la otra mitad va a comprar para revender. Esto ocasionó que se regulara la cantidad de productos que se pueden comprar por persona, pero eso no detiene a los buhoneros y contrabandistas, quienes se llevan a la familia entera, y de 2 en 2, sacan 50 unidades del producto.

Cola en supermercado en la avenida La Limpia. Foto: Panorama.
No contentos con que estemos siendo víctimas de un racionamiento alimentario indirecto e ilegal, nos calamos las colas en los supermercados bien callados, y muchas veces, hay que hacer una cola para un producto, otra cola para otro, y otra cola para pagar. Igualmente, tenemos que andar de supermercado en supermercado buscando completar nuestra compra de la semana.

En Maracaibo particularmente, la mayoría de los contrabandistas son de la etnia wayuu. No es una cuestión de racismo, es la realidad. Muchos de esos wayuu son víctimas de los contrabandistas mayores, y forman parte de todo este proceso, por apenas dos lochas y un poco de comida. Muchos no están metidos en el juego, pero igualmente se calan las colas para dar de comer a su familia. Esto ha generado un odio general de la población hacia ellos, es decir, ha intensificado el racismo, y ya en algunos supermercados explícitamente no dejan entrar goajiros cuando llegan los productos, lo cual tarde o temprano puede desencadenar una guerra civil con connotaciones étnicas, muy lamentable en pleno siglo XXI.

Ya en varios supermercados se han armado peleas y la gente ha insultado a otros, simplemente porque no hacen cola ya que van a entrar a comprar cualquier otra cosa. Todo esto aunado al hecho de que la poblacón civil anda armada y a la impunidad reinante, en cualquier momento puede terminar en tragedia.

Este conflicto ha llegado a niveles internacionales, puesto que los productores colombianos de la frontera prefieren no sembrar, sino comprar y revender los productos que entran de contrabando desde Venezuela, con cuyos precios regulados e irreales no pueden competir. Ya el gobierno colombiano ha expresado su preocupación, pues se está perdiendo mercancía producida allá y todo este contrabando está generando una evasión total del sistema fiscal. Nosotros debiéramos estar aún más preocupados, pues nuestra comida (que no hay) se está yendo a Colombia, y mucha de esa comida, subsidiada por el gobierno, representa una fuga de capital venezolano.

Esta situación ya está siendo reseñada por los medios, después de mucho tiempo de estar sucediendo, mientras el gobierno los acusa de alarmistas, y por supuesto repartiendo responsabilidades entre los compradores nerviosos y los "acaparadores" de productos, y haciendo caso omiso del contrabando que ocurre todos los días.

Cola en supermercado. Foto cortesía de @silviochacon

Todo esto ocurre, por supuesto, bajo las narices de la guardia nacional, de la policía, del Indepabis, etcétera. No hay otra explicación: ellos también están ganando en el juego del contrabando de alimentos a través de sobornos y de control de algunas mafias. Y el gobierno, que presenta una fachada de control, la verdad es que no tiene ningún control, y pronto la escasez puede alcanzar niveles alarmantes que generen un levantamiento popular. Tienen 14 años en el poder, y aún le echan la culpa al criminal, mientras ellos no hacen nada por tomar represalias.

Conclusión: estamos entre el gobierno ciego y las mafias a la hora de alimentarnos. ¿Para cuándo despertamos?

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3 comentarios:

  1. Amiguita, como lamento no tener tu tiempo. La cruda realidad es lo que has escrito aquí. En seguida te le hago publicidad.

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  2. Muy preciso, Vanesa. La pregunta es: ¿Cómo podría comenzar a solucionarse? ¿Hará falta otra dictadura, pero ultraneoliberal, represiva y vendida a los grandes poderes como la que una vez hubo en CL?

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    Respuestas
    1. No sé si una dictadura, pero si alguien está dispuesto a asumir el poder, y ponerse a solucionar la situación en serio, tiene que estar bien conectado y tener valor. Creo que medidas económicas es lo primero: soltar los precios y el control de cambio poco a poco, y en lo que si tienen que ser bien férreos es en el control fronterizo, si no hay manera de que las mafias suelten el negocio, hacer que deje de ser negocio, o reubicar un montón de gente y poner gente nueva a la que se pueda controlar.

      Hay que hacer algo también por cambiar la cultura que hay aquí de ganarle hasta el 500% a un producto. El mismo consumidor es culpable al no reclamar un precio justo. Tiene que haber una campaña y un organismo efectivo de protección al consumidor, pero que actúe sin intereses políticos y sin destruir al sector privado por medio de expropiaciones y cierres, sino obligándolos a reformular los precios y tal vez algunas multas.

      Aquí la producción agropecuaria se ha deteriorado por las expropiaciones, invasiones y la inseguridad, sobre todo la proliferación del secuestro en las zonas rurales. Un país debe ser capaz de alimentar a su población antes de exportar, eso hace la economía sostenible. Pero este gobierno ha destruido el sector primario.

      Tampoco hay que dejar de atacar a las etnias solo porque lo sean. Ellos pueden conservar su cultura y estilo de vida, pero dentro del marco legal que tiene que ser el mismo para todo el mundo.

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