viernes, 23 de marzo de 2018

Soy un Si menor

Recientemente emigré. Me fui, pero no demasiado, como afirmaba en los días en que me preparaba para partir, porque ando cerquita de mi tierra natal. Muchos han sido los altos y bajos anímicos del proceso, pero supongo que es normal. 

Por supuesto, he estado conociendo a la gente con la que compartiré por esta tierra, y ellos conociéndome a mi. Afortunadamente he venido a trabajar en lo que creo que mejor sé hacer, música, y en enseñarla. Una de las señales de que escogí el camino correcto alguna vez, es que siempre es agradable conocer a mis colegas, adoro a los músicos, aunque siempre procuro conocer mucho más que músicos en el camino.

He conocido a todo un personaje, y de hecho no sé si sea muy pronto para dedicarle algún escrito, porque solo tengo la primera impresión, y porque no sé qué tanto llegue a compartir con él. Es un caballero, que usa bastón, y siempre lleva el sombrero combinado con los lentes. Con las gafas pues, como dicen por aquí. Es un maestro. Fue guitarrista de José José, y apenas toma el instrumento, lo desbarata. Y muy importante, armónicamente no se conforma.

Esta tarde hemos tenido un compartir que surgió improvisadamente, él explicaba a los alumnos de la universidad las dominantes secundarias, yo le seguía el discurso, mientras mostraba una guía genial de su propia factura, para aprender el instrumento. Me antojé de sentarme en uno de los teclados, para seguir la corriente de las progresiones armónicas.

En un momento uno de los alumnos toma la guitarra y empieza a cantar un vallenato tradicional, acompañándose con acordes, por decir, bastante tradicionales. El profe toma la guitarra y le dice que le faltaban unas cositas por ahí. Traté de seguirlo, pero no pude, y me comentó que tenía el cifrado escrito por ahí. Lo sacó y lo puso en el atril y empezamos a seguir el tema. Sí, no tengo ni un mes aquí y ya empecé a tocar vallenato, pero envenena'o.

El profe luego se sienta en una silla próximo a mi, y me dice que toque el primer acorde constantemente. Era un Sol mayor con la sexta y la novena. Entonces empieza a hacer una introducción improvisando. Me dice que pruebe hacer notas con la escala pentatónica menor de la séptima mayor, en este caso, Fa sostenido. Fa #, La, Si, Do#, Mi... sonaba increíble, y claro, mi cerebro de una vez deducía los trucos: la séptima, la novena, la onceava mayor y la sexta. Luego me dijo que usara mixolidio de La. Casi el mismo resultado. Y así, sobre el mismo acorde.

De pronto se detiene, y comenta que las cuatro personas que estamos ahí hacemos buena combinación. "Fíjese, él es un La Mayor, él un Re Mayor, yo soy Sol séptima, y la seño es un Si menor séptima". Yo aún no caía en cuenta de lo que hablaba, y le pregunté: "¿Usted me está asignando un acorde por lo que percibe de mi persona?". Sí. Afirmaba que percibe en las personas cierta energía que vibra con determinado acorde... o algo así. "Fíjese, usted cuando uno la conoce siente hasta que asusta, usted es muy analítica, pero después que uno entra en confianza se da cuenta que es chévere. Eso le pasa mucho a los Si menor".

Yo quedé atónita, no sólo porque me describió como un acorde tan melancólico como ese, que de hecho es una tonalidad bonita (también me gusta Fa sostenido menor que es muy cercana), sino por su intuición al describir la primera impresión de mi. Habló de esa agresividad, o intimidación, que muchos perciben en mi al verme por primera vez, y que frecuentemente me comentan al conocerme de cerca. Me acordé también de un test de Facebook que se llamaba "qué tonalidad eres", pero ese dijo que yo era Re menor. En fin, soy un acorde menor.

Le comenté de modo anecdótico al profesor, que cuando elegí la cátedra optativa en mi carrera, no quise aprender guitarra sino cuatro, y que curiosamente las cuerdas al aire del cuatro forman un Si menor séptima: La - Re - Fa# - Si. 

En fin, este encuentro me ha llenado de expectativas, y me ha bajado un poquito la tristeza. En el horóscopo occidental soy Tauro, en el chino soy Tigre, y en acorde, soy un Si menor.



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domingo, 7 de enero de 2018

Soy extranjera

"Migrar es aceptar que tu lugar y tú no pueden continuar juntos, rendirse, asumir que no hay manera de arreglarlo. Tienes que divorciarte, perder, naufragar, migrar. Incluso en el regreso, porque uno nunca regresa. Desde el momento que partes eres extranjero siempre, hasta en tu propio país." Daniel Pratt

Emigrar. El gran dilema que nos han impuesto a los venezolanos. Y las más de las veces tenemos que aceptar que es lo mejor. Pero no vine a escribir sobre si es lo mejor o no, si lo decidí o no, o qué se deba decidir. Acotaré que tampoco considero la emigración una cosa menor, es más, considero que es un tema recurrente en la literatura porque el exilio puede ser una gran tragedia para el individuo, aún más el exilio forzado. Y no es casualidad que así yo lo piense.

Por una fuente inesperada, me topé con la frase arriba citada de Daniel Pratt, y no tengo más que darle la razón. Pratt sin querer, ha dado en el clavo. Uno muy personal. Y como siempre he sido reacia a la idea de emigrar (aunque prácticamente he decidido que así deberá ser), he venido precisamente a consolarme en una extraña confesión.
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Cuando tenía 11 años, razones más, razones menos, mi familia (mis padres y mis hermanas), nos movimos de ciudad. Para una niña ya casi adolescente, prácticamente se trató de emigrar. Todo un cambio se dio en mi vida. Cambié de casa, de ambiente, de clima, y por supuesto, de entorno social.

Según me cuenta mi madre, yo sufría cuando iba llegando allá. Vagos recuerdos tengo de ello, pero por ejemplo puedo recordar la primera vez que llegué al aula del nuevo colegio, no tenía uniforme, y por ello ni siquiera me atreví a entrar. Mi vida social en el colegio en Maracaibo no había sido muy buena, en general soy tímida, y semejante cambio no era fácil.

Cosas de la vida, mientras viví esos 3 años en el pueblo andino, no sólo mi vida social fue mucho mejor, sino que viví una etapa inspiradora para mi persona. El contacto con la naturaleza me fue muy grato, y en este período tuve lecturas que cambiaron mi vida y mi manera de pensar. En este período abandoné mis creencias religiosas (y de un modo grato), y exploré en la astronomía (con aquellos cielos cuando la neblina dejaba ver). Hasta recuerdo escribir mis primeros bocetos melódicos. Oh, en estos años también llegó Chávez al poder (qué años).

La cuestión es que me sentía bien estando allá, y empecé a recordar los años en Maracaibo como algo peor. Pero lo temido pasó: mis padres un día me sentaron para decirme que teníamos que regresar. Lloré. Desde ese momento lo concebí como una tragedia.

Volver fue como irse de nuevo. En Maracaibo estaba el resto de mi familia, en eso había algo de familiar, de conocido. Pero la vida cotidiana, había que construirla de nuevo. Los dos años siguientes, los últimos de mi bachillerato, los recuerdo como una depresión. Nadie me diagnosticó, pero ciertamente estaba muy triste. Las primeras canciones que realmente escribí, en un cuaderno, con acordes y que aún me gustan, todas hablan de la nostalgia de aquel lugar... que por cierto, no era mi tierra natal. Yo estaba de vuelta en mi tierra natal. Yo me sentía como extranjera, aunque había regresado.

Este hecho marcó un hito en mi vida. Hubo más mudanzas estando ya en Maracaibo, y el hecho de cambiar de casa es también frustrante. No hay una casa. No hay LA casa. Pero esa mudanza fue la que me marcó, y me cambió. Tanto así que mis ideas astronómicas quedaron un poco a un lado, y decidí dedicarme por entero a la música. La música era mi escape, para mantenerme a salvo emocionalmente, y siempre me satisfizo también intelectualmente.

Luego de pensar en esto, no sé por qué me queda cierto temor a emigrar. Es natural en parte, supongo. Pero digamos la verdad... resulta ser que desde hace 18 años yo soy una extranjera.



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