domingo, 7 de enero de 2018

Soy extranjera

"Migrar es aceptar que tu lugar y tú no pueden continuar juntos, rendirse, asumir que no hay manera de arreglarlo. Tienes que divorciarte, perder, naufragar, migrar. Incluso en el regreso, porque uno nunca regresa. Desde el momento que partes eres extranjero siempre, hasta en tu propio país." Daniel Pratt

Emigrar. El gran dilema que nos han impuesto a los venezolanos. Y las más de las veces tenemos que aceptar que es lo mejor. Pero no vine a escribir sobre si es lo mejor o no, si lo decidí o no, o qué se deba decidir. Acotaré que tampoco considero la emigración una cosa menor, es más, considero que es un tema recurrente en la literatura porque el exilio puede ser una gran tragedia para el individuo, aún más el exilio forzado. Y no es casualidad que así yo lo piense.

Por una fuente inesperada, me topé con la frase arriba citada de Daniel Pratt, y no tengo más que darle la razón. Pratt sin querer, ha dado en el clavo. Uno muy personal. Y como siempre he sido reacia a la idea de emigrar (aunque prácticamente he decidido que así deberá ser), he venido precisamente a consolarme en una extraña confesión.
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Cuando tenía 11 años, razones más, razones menos, mi familia (mis padres y mis hermanas), nos movimos de ciudad. Para una niña ya casi adolescente, prácticamente se trató de emigrar. Todo un cambio se dio en mi vida. Cambié de casa, de ambiente, de clima, y por supuesto, de entorno social.

Según me cuenta mi madre, yo sufría cuando iba llegando allá. Vagos recuerdos tengo de ello, pero por ejemplo puedo recordar la primera vez que llegué al aula del nuevo colegio, no tenía uniforme, y por ello ni siquiera me atreví a entrar. Mi vida social en el colegio en Maracaibo no había sido muy buena, en general soy tímida, y semejante cambio no era fácil.

Cosas de la vida, mientras viví esos 3 años en el pueblo andino, no sólo mi vida social fue mucho mejor, sino que viví una etapa inspiradora para mi persona. El contacto con la naturaleza me fue muy grato, y en este período tuve lecturas que cambiaron mi vida y mi manera de pensar. En este período abandoné mis creencias religiosas (y de un modo grato), y exploré en la astronomía (con aquellos cielos cuando la neblina dejaba ver). Hasta recuerdo escribir mis primeros bocetos melódicos. Oh, en estos años también llegó Chávez al poder (qué años).

La cuestión es que me sentía bien estando allá, y empecé a recordar los años en Maracaibo como algo peor. Pero lo temido pasó: mis padres un día me sentaron para decirme que teníamos que regresar. Lloré. Desde ese momento lo concebí como una tragedia.

Volver fue como irse de nuevo. En Maracaibo estaba el resto de mi familia, en eso había algo de familiar, de conocido. Pero la vida cotidiana, había que construirla de nuevo. Los dos años siguientes, los últimos de mi bachillerato, los recuerdo como una depresión. Nadie me diagnosticó, pero ciertamente estaba muy triste. Las primeras canciones que realmente escribí, en un cuaderno, con acordes y que aún me gustan, todas hablan de la nostalgia de aquel lugar... que por cierto, no era mi tierra natal. Yo estaba de vuelta en mi tierra natal. Yo me sentía como extranjera, aunque había regresado.

Este hecho marcó un hito en mi vida. Hubo más mudanzas estando ya en Maracaibo, y el hecho de cambiar de casa es también frustrante. No hay una casa. No hay LA casa. Pero esa mudanza fue la que me marcó, y me cambió. Tanto así que mis ideas astronómicas quedaron un poco a un lado, y decidí dedicarme por entero a la música. La música era mi escape, para mantenerme a salvo emocionalmente, y siempre me satisfizo también intelectualmente.

Luego de pensar en esto, no sé por qué me queda cierto temor a emigrar. Es natural en parte, supongo. Pero digamos la verdad... resulta ser que desde hace 18 años yo soy una extranjera.



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