miércoles, 13 de agosto de 2014

Mudanzas

"los espacios parecen perdurables,
pero en realidad, hasta ellos mismos se burlan de lo efímeros que pueden ser..."

Hace días atrás leí un artículo de la BBC que llamó mi atención, pues tocaba una vena personal. Trataba sobre si son o no traumáticas las mudanzas, pues tienen fama de afectar psicológicamente a quien las sufre.

El artículo concluía que en realidad una mudanza no es la gran cosa, y que pocas personas recuerdan alguna como un evento traumático, que tal vez todo es exageración, más en comparación con cosas como un divorcio, una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, una quiebra, etc.

Una mudanza es primero que todo, algo bastante fastidioso, nadie lo duda. Mover todas tus cosas, empacarlas, desempacarlas, reacomodarlas, y en ese proceso muchas se perderán sin saber ni cómo. Ocupas un buen tiempo en eso, y siempre hay un lugar que se deja, y un nuevo lugar al que adaptarse.

Las mudanzas pueden ser para mejor o para peor. Si estás viviendo una situación incómoda en un lugar y finalmente te vas a otro, pues maravilloso, pero puede ocurrir al revés. También pueden ocurrir por caprichos, a veces ajenos a nuestra voluntad, sobre todo si estamos pequeños. Otras veces por buscar mejores oportunidades de trabajo, o porque tu trabajo es así, de un lugar a otro.

Lo cierto es que el artículo omitió un pequeño detalle: solo habla de una mudanza. Qué tal si te has mudado no una, sino tres, cinco, veinte veces... Ahí es donde los problemas pueden venir.

Yo me mudé durante mi infancia y adolescencia siete veces. No estoy diciendo que yo tenga problemas, pero si me preguntan por cosas significativas de mi vida, esa quizás sería la primera que mencione. Para bien o para mal, esto me marcó.

Conocí muchas casas, que fueron mi casa, pero a la vez no lo fue ninguna. Estuve cerca y lejos de mis allegados, aunque siempre con mi grupo familiar. Tuve muchos vecinos diferentes, y como estuve en muchos colegios, muchos amigos diferentes. Con nadie compartí muchos años, sino hasta después de adulta que he logrado formar parte de un gremio.

El apego a los espacios es una realidad que pocos comprenden, hasta que les toca vender la casa de su infancia por ejemplo. Yo supe de este sentimiento desde pequeña. Siempre hay alguna añoranza por todas las casas en las que viví. De ninguna me quise ir, aunque de algunas tal vez sí por la situación, pero igual de ellas extraño sus recovecos.

Esta inestabilidad espacial te marca, te hace. Lo irónico es que me quiero mudar, aunque la única salida plausible parece ser la frontera. No sería nada nuevo, pero no deja de ser el mismo fastidio, y la misma nostalgia de siempre.
CarbonNYC / Foter / Creative Commons Attribution 2.0 Generic (CC BY 2.0)

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