lunes, 17 de junio de 2019

Compórtate, veneca

Dentro de nuestra tragedia, y como nuestra tragedia se ha convertido ya en un fenómeno que traspasa fronteras, son muchos los comentarios desagradables de quienes no entienden lo que vivimos. Más allá de lanzar acusaciones de xenofobia, a veces la gente, hasta con buena intención, dice cosas incómodas y fuera de lugar, sin detenerse a pensar en la complejidad de todo esto. Y es que de buenas intenciones está plagado el camino al infierno.

Se me ocurrió en estos días hacer un tuit irónico, mezclando dos trendings que han surgido este año, ambos hablando de lo que supuestamente hacemos, o debemos o no debemos hacer las venezolanas (específicamente las mujeres) que emigramos en busca de una mejor calidad de vida. Digamos que el tuit ha tenido sus favs.


Me refiero en primer lugar al famoso tema, con vídeo incluido, que produjo un grupo peruano, titulado "Las venecas", y que habla de que los maridos peruanos cuando no están en su casa, se van a beber y a pasar el rato con las venecas .Veneco es un término reductivo de venezolano, el correcto para nuestro gentilicio, y muchos lo toman como despectivo.


En segundo lugar, hago referencia a la columna que publicó la colombiana Claudia Palacios en El Tiempo, aludiendo a los venezolanos que actualmente hay en su país, con el desdichado título de "Paren de parir".

Pues bien, de estos dos elementos salió mi tuit. No es que yo esté pensando en "robar un marido" ni en parir aún (y bueno, eso es mi problema), simplemente fue una broma por la que he recibido algunos insultos, pero eso ya es cosa de todos los días en el Twitter de hoy.

Me llama la atención que en ambos casos, se trata de mujeres que dicen a otras lo que hacen o no, lo que deben hacer o no, y que juzgan a sus congéneres. Un hombre puede maltratar y oprimir a una mujer, pero normalmente son las mujeres las que se señalan entre sí, sobre todo cuando de comportamiento sexual y reproductivo se trata.

Evidentemente los venezolanos emigrantes o desplazados somos un grupo vulnerable, y como en toda diáspora en situaciones de pobreza, se dan estos fenómenos de que la mujer busque emparejarse con hombres resueltos económicamente y con otra nacionalidad, o que sea común el embarazo precoz o no planificado. Es un tema complejo, y son muchas las variables, biológicas y sociales, las que entran en juego, pero aquí no hay nada nuevo bajo el sol.

En tal caso, sacar un hit aludiendo despectivamente a un grupo humano, o decirle a las mujeres pobres que "dejen de parir", definitivamente no ayuda en nada, sólo habla de los sentimientos reaccionarios de quienes han tenido que recibirnos, y los alborota aún más, generando a la vez la reacción de vuelta de las venezolanas que se defienden. Un ciclo estéril y peligroso.

Las venecas, las venezolanas, somos ante todo humanas. Entiéndanos como tal.


viernes, 26 de abril de 2019

4 días en la Maracaibo apagada

Razones más, razones menos, esta Semana Santa debía ir a Maracaibo. Conocemos la grave situación en que está la ciudad. En el mes de marzo y abril padecí de lejos los apagones de días, y los saqueos generalizados en la ciudad. No es ni de cerca como vivirlo, pero tener tanta gente cercana aún viviendo allá, hace que de uno u otro modo, uno lo sienta. Fueron muchas las ansiedades e incertidumbres que pasé estando sola aquí del otro lado de la raya, y hubo días y noches que lloré. Una cosa es que se metan con tu país, otra muy diferente que se metan con tu ciudad, es como tu patria al cuadrado.

No vengo a echar cuentos ajenos, a eso me he dedicado en las redes sociales todos estos días. He retuiteado y reposteado anécdotas, y he escrito toda aquella información que me parece relevante en mis cuentas. Sólo narraré cómo fue este breve viaje.

Estaba ansiosa con la idea de ir allá en esas condiciones, pero tocaba. Salí el viernes santo, camino a Maicao vi un hermoso amanecer, y al llegar allá estuvo difícil conseguir transporte hacia "la raya" por el festivo, pero finalmente logré irme. El viaje estuvo normal y relativamente tranquilo, sin paradas ni contratiempos. Llegando a mi casa, no había electricidad. Mi familia me recibe con el calor de siempre, y me comentan que en lo que iba de semana no les habían quitado la luz, pero que ese circuito es muy afortunado por ello. A mis tíos, mi abuela y muchos amigos les quitan la luz sin falta todos los días, y de hecho, tienen entre 4 y 12 horas con electricidad diariamente, apenas.

La noche anterior apenas había podido dormir 2 horas, pues tuve un compromiso musical, y debía salir muy temprano. Medio me recosté en una cama, y caí rendida. Ni pensé en el hambre, había distraído el estómago con algunos panes en el camino. Desperté como a las 5 de la tarde, y mi almuerzo estaba aún en las ollas. Me dispuse a comer, y luego a atender a unos panas que fueron a buscar mi asesoría con el tema de la salida del país. Al rato, llegó la luz.

Aprovechando la electricidad, y que la bomba de la casa estaba en funcionamiento (por suerte, el tanque se había llenado dos días antes), lavé los platos y me bañé. La señal móvil era todo un martirio. En casa, entre todos los teléfonos hay las 3 operadoras principales de Venezuela: Movilnet prepago y pospago, Digitel y Movistar. Nunca tenían señal las 3 al mismo tiempo. Correspondía a quien tuviera señal, encender la función de zona WiFi y proporcionar datos a todos los demás.

En la noche se fue la luz por 3 o 4 horas más. Estábamos en la terraza. Mi abuelo, de 86 años, desvariaba. Hablaba de que había que prender más velas, de cómo hacíamos para averiguar qué pasaba, y se quejaba un poco del calor. Nos habíamos rendido y nos recostamos entre los muebles, y algunos en su cama. La luz volvió tarde.

La madrugada de viernes para sábado dormí con electricidad, y por muchas horas. Al día siguiente íbamos a visitar a mi abuela. Después de desayunar tarde, fuimos hasta su casa. A los quince minutos de llegar se fue la luz. De hecho allí casi nunca hay. Al entrar en la sala, está una de las camas puesta junto a la ventana, donde duerme mi abuela casi todas las noches para que le dé algo de fresco. Tiene 88 años, y apenas hace 2 meses murió el viejo. A veces hasta pensamos que menos mal se fue antes de todo este padecimiento.

Todo el rato que pasamos en su casa no hubo electricidad. Normalmente cuando ellos no tienen luz, los vecinos de atrás sí, y pasan una extensión, donde conectan las neveras y un par de ventiladores para echarse fresco. Echamos cuentos con mis tías, mi primo y mis hermanas. Cuando pegó el hambre decidimos volver a la casa. 

No abre el portón de la calle. No había luz. Mi mamá había hecho almuerzo para todos, y comimos. Más o menos a las 6 de la tarde, la luz volvió. Prendimos los aires, llenamos los tobos, lavamos los platos, cargamos los teléfonos... la misma rutina. Aparentemente la noche venía con luz de nuevo, pero había tiempo de lluvia. Nos acostamos con el aire encendido, pero alrededor de las 2 de la mañana había llovizna y tormenta eléctrica. Comenzaron los bajones. Por alguna razón, las alarmas de algunos cercos eléctricos de la zona no paraban de sonar, y se oían transformadores explotando de cuando en cuando, y algunos truenos, había demasiado ruido. Finalmente la luz se fue.

Terminamos de dormir esa noche sin luz. El apagón era generalizado en la ciudad, y cuando es así, es cuando menos hay esperanzas de que vuelva pronto. Normalmente los domingos en casa acostumbrábamos a comer fritanga maracucha de desayuno (pastelitos, empanadas, mandocas...) y salí con mi padre a ver qué había y si había la posibilidad de pagarlo (no por falta de dinero, sino por falta de efectivo, de luz, y por lo tanto, de puntos de venta). En Pastelitos Pipo las freídoras no estaban encendidas, estaban friendo en paila y sacando por lotes. Tenían una pequeña planta para medio refrescar la cocina y que funcionara el punto. Después de una espera como de veinte minutos logramos llevar unas empanadas de pollo y unas mandocas para todos.

Ese día se cumplían dos meses de la muerte de mi abuelo, y lo mandaron a nombrar en la misa. Comentaron que aunque no hubiera luz la misa se celebraba. La dieron dentro de la iglesia y estaba repleta, las crisis avivan la fe y de paso era Domingo de Resurrección. Por colaboración de algunos feligreses había una planta para el sonido. Yo andaba buscando la manera de algún modo participar musicalmente. Resultó que entre los músicos había un buen amigo que participa mucho en esta iglesia y le pedí unirme y seguir los cantos en el teclado que normalmente tienen ahí. A partir del Cordero fue que me pegué. Prefiero ver las misas desde esa posición.

Era mediodía y pegaba el calor a pesar del día nublado. No había noticias de por qué se había ido la luz. Por la lluviecita, claro, pero dónde fue el problema. Nadie tenía señal. Imposible consultar redes sociales o escribirle a algún contacto. Nos fuimos a la casa. Ya las neveras tenían mal olor, a pesar de no tener mucha comida. Yo estaba que lloraba por medio kilo de queso semiduro que habían llevado el día anterior, aunque ese aguanta, decía mi padre.

Una de las razones de mi ida a Maracaibo era que mi hermana se venía conmigo. A mudarse. En medio de este largo apagón ella terminaba de hacer su maleta. Y yo acomodaba mi bolsito. A mi abuelo lo llevaron donde un tío que tiene planta, para que al menos, no pasara tanto calor. Ahí me despedí de él. Más tarde fuimos a buscar unas pizzas, en el local tenían una pequeña planta para la nevera de los refrescos y un WiFi al que nos pegamos esos veinte minutos que esperamos. En algunos grupos de Whatsapp y Telegram se hablaba de una línea caída, nada de información oficial. Comimos. Supimos como a las 7 de la noche, que había sectores donde estaba llegando la luz.

Como a las 8 de la noche la luz volvió. Prendimos los aires, llenamos los tobos, cargamos los teléfonos... Y nos acomodábamos para dormir, pues el chofer nos iría a buscar el lunes en la madrugada para regresar. A la 1 se volvió a ir la luz. A las 3 AM sonó la alarma de que debía levantarme. Me bañé con tobo, terminé de acomodar mis cosas y a las 4 y piquito llegó el chofer. Nos despedimos ahí, sin luz. Luego nos enteramos que tarde en la mañana volvió.

Esto fueron cuatro días en Maracaibo. Desde que regresé comenzaba una nueva rutina de trabajo, pero dentro de todo, he estado alejada de las redes y hablando poco. Algo de impresión espantosa sentí en esos días. Prácticamente no salí, pero supe que dos grandes centros comerciales, Doral Mall y Galerías Mall, están cerrados hasta nuevo aviso. Lo mismo la primera etapa de Delicias Norte. Y quién sabe cuántos negocios más.

La gente está huyendo porque a duras penas puede vivir, mucho menos trabajar. Y lo que describo aquí, es el día a día de Maracaibo desde principios de marzo. Sumado a la falta de agua, y los amedrentamientos de delincuentes en toda la ciudad. De pronto me sentí perdida. Aún aquí donde estoy, un pedazo de mi alma está como gangrenado. Y los pedazos de alma no se amputan.

Mi abuelo mirando las sombras que hacía la linterna en la pared de la terraza de la casa en medio del apagón
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lunes, 15 de abril de 2019

Comunicación no verbal

En nuestro tiempo se ha vuelto costumbre comunicarnos escribiendo. A través de ello, hemos logrado acortar distancias, conocer gente que de otro modo no hubiésemos conocido.

Pero también hemos descubierto en este proceso, lo inútiles que muchas veces pueden ser las palabras solas. Genios son quienes han logrado realmente conmover almas a través de un montón de caracteres.

Una cosa es la literatura, compartir cartas, conversas de debate, pero otra cosa es la conversación íntima, la emocional, o las discusiones con gente de nuestro entorno, gente que nos importa.

A veces es necesario, y urgente, escuchar el tono de voz de la otra persona, ver su mirada cuando nos habla, sus gestos. No pocas veces me pasa que algo que escribo es malinterpretado por ser leído con determinado tono, que mi interlocutor adjudica al no tener referencia, o viceversa.

Yo siempre he sido incapaz de tener relaciones intensas con alguien con quien no comparto personalmente. He conocido gente interesantísima en internet, he concertado encuentros, hemos intercambiado números, pero que una persona a quien no se le ve la cara con frecuencia, pretenda escribirme todos los días, me parece intensidad absurda. Yo lo siento vacío y carente de sentido.

Aún menos pensar en enamorarme de alguien sin haber tenido su presencia frente a mi. A veces nos obsesionamos con famosos, a veces vemos a algún usuario de alguna red social que nos produce una inquietud especial. Pero particularmente no concibo enamorarme de alguien de quien no he escuchado la voz, alguien de quien no he sentido el olor, o que no ha reaccionado con una sonrisa frente a la mía. 

A lo mejor es algo muy personal. Pero así lo siento.

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