jueves, 29 de noviembre de 2012

Cuando leía a Coelho

En general soy una persona difícil para la narrativa. No leo muchos libros de este tipo. En este aspecto hubo un hito, que fue Borges. Después de Ficciones, soy todavía más difícil. Me gusta la narrativa densa y filosófica. Me gusta que se dé aires de realidad, y sin embargo no soy muy amiga de la ciencia ficción. Eso lo prefiero en el cine. Además de eso, suelo preferir otra clase de literatura, más especializada, y si las áreas del conocimiento me son inaccesibles, me voy hacia los buenos divulgadores. Me he aventurado en la filosofía, la política, el psicoanálisis, la economía, las artes (por supuesto) y la ciencia, Una vez tuve que dejar un libro por la cantidad de fórmulas matemáticas complejas que contenía, pero lo tengo pendiente. Opino del escritor carioca lo que muchos: que su literatura es poco profunda y bastante comercial, y la clasificaría en el renglón "autoayuda"; ese oscuro renglón que particularmente no me interesa. Más bien, mientras más me enrede la cabeza un libro (eso sí, sin disparates), ¡pues mejor! Soy un poco masoquista. Pero a mucha gente le gustan sus historias, tampoco los voy a criticar.

No leí a Paulo Coelho por sus libros. De hecho en mi casa hay varios, y no me han despertado la inquietud suficiente para ojearlos. Cuando lo leía no poseía tanta fama. Serían los años 2001 o 2002, y en mi casa se compraba todos los domingos el periódico El Nacional. En el encarte dominical, no me perdía en las primeras páginas las anécdotas de Rafael Osío Cabrices, y al final, la sección de Coelho. Ignoro si todavía salen. Esas eran como las pequeñas piezas con las que me entretenía todos los domingos, que en ese entonces solían ser días de mucho calor, y como estaba aún en el colegio, días de nada que hacer. La existencia transcurría entre mirar las ventanas, comer, dibujar, leer el periódico y ver si había algo admisible (o ni tanto) en la televisión.

De las historias de Coelho hay dos que siempre recuerdo. Una hablaba sobre la memoria. Otra sobre los amores imposibles. Las recuerdo obviamente con poca literalidad.

La primera de ellas hablaba de algún personaje de dotes espirituales (un monje o algo), al que le preguntaron si recordaba todas las enseñanzas, anécdotas, lecturas y experiencias que había tenido en su vida. A lo que él respondió que el aprendizaje era semejante a lavarse las manos: el agua pasaba por ellas y las limpiaba, sin embargo no se quedaba ahí. Las enseñanzas son como el agua, que lava nuestra alma, y aunque no las recordemos, hicieron su trabajo.

He conocido gente, que hasta me parece loable, que guarda en su cabeza cantidades increíbles de información. Es como si supieran de todo. Yo por mi parte, he leído de todo, pero casi nunca recuerdo datos o nombres específicos. Los detalles se me van de la cabeza. Sin embargo, la comprensión queda. A lo mejor se trata de dos tipos diferentes de memoria. La mía es bastante sintética. Y nunca he pensado que aprender ninguna cosa sea perder el tiempo, cosa que piensa la gente con mucha frecuencia. Todo lo que aprendemos, no solamente tiene utilidad práctica, sino que alimenta el pensamiento como tal, nos enriquece como personas, y sea lo que sea a lo que nos dediquemos, enriquece nuestro trabajo.

La otra historia hablaba de una mariposa, enamorada de una estrella, a la que todas las demás criticaban por no estar enamorada de los faroles como todas las demás, y se burlaban de ella porque la estrella era inalcanzable. Al final, se quedaban embelesadas en los faroles, mientras nuestra protagonista volaba altísimo todos los días tratando de alcanzar la estrella. Nunca la alcanzó. Pero gracias a sus vuelos vio paisajes insospechados, y admiró el mundo desde una perspectiva en que ninguna mariposa lo había visto jamás.

Ya sé, es un poco idealista. Sin embargo, muy cierta. Hay dos rasgos que vinieron en mi persona, y que aún no concluyo si son una buena combinación. Soy un poco obsesiva, y soy muy imaginativa. Así que sí, los imposibles abundan en mi vida. Mucha gente ve algo medianamente complicado o difícil, y prefieren sencillamente desistir por las buenas que arriesgarse a sufrir. Esa, no soy yo. Y es por eso a lo mejor que esta historia la recuerdo con tanto cariño. Tengan en consideración que la leí cuando tenía como 16 años. También tengan en consideración que los amores imposibles no siempre son personas. Y ya desde ese entonces yo era como soy, y aparentemente seguiré siendo.

Toda la historia de la humanidad está plagada de amores imposibles. De ideas e ideales, que han movido a los seres humanos, y que finalmente les han dado una posibilidad impresionante de trascendencia. El ejemplo de la estrella es muy acertado, porque puede ser hasta literal. Todavía hoy la humanidad mira las estrellas con pasión, y se pregunta cuándo podrá llegar a ellas. Y hay que admitir que hemos llegado lejos. Aunque no a las estrellas, y personalmente, solamente a la Luna. Aquí cabe la famosa cita de que la utopía sirve para caminar, esa que se han adueñado un poco los izquierdistas. Y es que les puedo decir, que hasta mis amores platónicos me han renovado. Nunca los amé, pero eso no importa. No soy tan orgullosa como para no admitirlo; mi interés en ciertas personas muchas veces cambió el rumbo de mi vida. De algunos hablé, otros me los guardé. Y estoy segura de que habrán más.

1 comentario:

  1. ...acaso a veces queremos lo que sabemos inalcanzable por no saber qué hacer con ello... tal vez. Muy buena tu reflexión. Los hijos enseñan tanto, gracias por compartir tus reflexiones. MaribelC

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