lunes, 2 de abril de 2012

La cocina es como la música.

A veces se me viene a la cabeza esta idea. Cuando preparas un plato, es más el tiempo que pasas preparándolo que el tiempo que tardas en comértelo. Puedes pasar horas haciendo una receta, o días preparando una gran comida, y en menos de media hora, los comensales la desaparecerán de los platos. A veces hasta en menos tiempo.

La música es así también. Pasas meses preparando una obra, ensayándola si es en ensamble, para luego deleitar al público con 45 minutos de música. A veces menos. A veces más. A veces la preparación dura menos. A veces más. Pero la degustación siempre es más corta. Ambas parecen ser artes de algo demasiado efímero.

La partitura es como una receta. Aunque en ocasiones mucho más compleja. Y tienen algo en común: puedes prepararlas mil veces, y nunca quedarán igual. Cada plato es único. Cada ejecución también lo es. A veces lo aderezas más, a veces menos. A veces al comensal le gusta, a veces no. A veces tu ejecución gusta y a veces no. A veces metes la pata, y esto es más común de lo que los receptores imaginan. Sólo que uno se hace mejor en el arte de tapar las meteduras de pata. O mejor, en el arte de no meterla tanto.

Creo que el arte más jodido en este sentido es el de los licores. Tantos años para que se lo tomen así de rápido. Y mientras más años, más valor. Piensa en eso cuando pagues por música también, y me refiero a la música en vivo. No es la hora del concierto. Son los meses de preparación para esa hora de degustación, que será única e irrepetible.

Y la comida alimenta, aunque bien hecha, se disfruta más. La música también es así.

Peter E. Lee / Stock Photos

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