jueves, 18 de agosto de 2011

La vida, una maravilla

Bajo este título que puede sonar un tanto lleno de fantasía, un tanto impregnado de melodías infantiles, un tanto -si no demasiado- optimista, y adornando esta tríada, una séptima mayor un tanto subjetivista (yo siempre sin poder obviar mis metáforas musicales); bajo este título pretendo exponer, quizá en un intento apresurado, un "maravilloso" estilo de vida.

Como dicen muchos de esos que en su tiempo de ocio hacen presentaciones en Power Point y luego las diseminan por toda la Internet como archivo adjunto en un correo electrónico; como suelen decir muchos representantes literarios (seudo, según muchos) de esos llamados libros de "autosuperación"; y como a veces solía decirme, directa o indirectamente, mi mamá, los hombres debiéramos aprender de los niños... pero... ¿qué cosa? ¿qué podría ser tan especial en ellos? ¿qué es lo que hace que ellos llenen de alegría nuestro "estresado" mundo? (vaya que la palabrita entre comillas se ha vuelto popular), ¿qué es? ¿qué es eso que los ya creciditos no somos capaces de imitar, o, más bien (porque todos alguna vez fuimos niños), hemos perdido?... sí... lo hemos perdido... o tal vez no. Algo así como decía Freud, en nuestra conciencia todos y cada uno de los estadios de la evolución de la misma siguen existiendo, sin haber la necesidad de aniquilación para que se evolucione y se asiente finalmente un estadio superior... es como si en mi rostro coexistieran a la vez rasgos de la mujer, del simio, del mamífero prehistórico, del ser unicelular que nos haya engendrado, aunque pensándolo bien en mi cuerpo hay millones de esos. Así, en nuestra psiquis está el niño, quizá olvidado, dejado en el sótano oscuro y polvoriento del inconsciente. Entonces, deberíamos ser capaces de recuperarlo... pero reitero mi inquietud: ¿qué es lo que tienen los niños?

Creí que era su ternura, pero más tarde aprendí que era un medio de manipulación; creí que era su inocencia, pero aprendí que en este mundo es sinónimo de vulnerabilidad, de fragilidad; creí que era su potencial, pero éste en realidad parece nunca perderse; creí que era su imaginación, pero ésta en realidad parece nunca apagarse, porque aunque sea con una vida mejor fantaseamos... entonces, ¿qué? ¿qué tienen esos pequeños ignorantes?, porque puedo asegurar que ellos no siempre son felices... ¿qué hay que envidiarle a esos prospectos de ser humano?

La respuesta se presentó de una manera inesperada... y puedo asegurar que no la descubrí yo... Era el día de San José (cundidos estamos de referencias católicas), recuerdo que comenzó de una manera extraña, o sea, fuera de lo normal. Salía de mi casa a ver un concierto de la Orquesta Sinfónica Venezuela, que ya hacía dos décadas, no visitaba nuestra ciudad. Al salir del conjunto residencuial en el que vivo, dos jóvenes se me acercaron, me despojaron de mi cartera, de un zarcillo (no sé por qué no de los dos) y emprendieron su fuga hacia el barrio de atrás... yo, en la soledad de la calle, bajo el sol dominical, tomé una decisión absoluta y apresurada, entré a mi casa, agarré unos "churupitos" y con eso me fuí al centro a ver mi concierto de la orquesta. Fue un ambiente maravilloso, pues estaban todos, o la mayoría de mis buenos compañeros, colegas y maestros, en fin, músicos de la ciudad, aparte de que la interpretación también fue maravillosa. Volví a mi casa con la historia del atraco bla, bla, bla..., bloqueé el celular bla, bla, bla..., comí y me vestí para uno de esos conciertos comunitarios que hago mensualmente con el coro de la universidad (hasta aquí no he mencionado niños).

Fuí hasta la universidad en un taxi, y de ahí saldríamos en un bus hasta la iglesia San Isidro, donde sería el concierto, en las afueras de la ciudad. Llegué contando a todo el mundo lo del atraco bla, bla, bla..., lo maravilloso que estuvo el concierto y luego de una media hora de espera, nos montamos en el bus. A mi lado se sentó una compañera que en realidad casi nunca me dirige la palabra. Me contó algunas historias a medio camino sobre lo último en su vida personal, y luego, en un tono un tanto disonante para mis oídos, empezó a dibujar con palabras lo que a mí me pareció una caricatura hiperrealista -aunque ella lo ignoraba casi todo al respecto- de una historia mía de amor frustrado. Sus opiniones afectaron tanto mi sensibilidad que creí que ese día nada más podría ser maravilloso, es más, no ese día, sino, a lo mínimo, los que restaban del año... Cuando llegamos empecé a hacer quejas, a manera de desahogo, con una amiga, mientras nos  burlábamos de que su novio no podía hacerse la corbata y mientras yo me maravillaba de una trinitaria que ahí estaba; en mi pensamiento se alimentaba mi determinación de decirle a él lo mucho que yo sentía... (hasta ahora, nada de niños).

Así, entre ideas y emociones de maravilla, desesperación y frustración, entoné mis notas y sentí que a través de ellas despilfarraba energía que quizá hubiera podido despilfarrar en otro fin más caótico y autodestructivo, porque cantar es más hermoso que gritar, pero ambas cosas producen la misma satisfacción. Al volver, tomé un taxi, cuyo conductor no sabía nada de la ciudad, y al que tuve que orientar en varias oportunidades... él decía frases como: «La Circunvalación 1 es ¿para allá o para acá?»; «¿5 de Julio? sí... creo que una vez comí por allá»; «si cruzo aquí ¿desembocamos directo a la Plaza Bolívar?»... él decía ser de Valencia, y que era su primer día... en fin, nos dirigíamos al Teatro Baralt (hasta ahora, nada de niños). Allí me esperaban mis padres con la entrada para ver el espectáculo. Esa noche veríamos al músico - comediante, de nacionalidad cubana, Virulo.






Entramos, nos acomodamos, y luego de una breve espera, se abría el telón y se apagaban las luces. Podría jurar que me estaba muriendo de la risa, al igual que todo el teatro. Eso también logró apaciguar los rastros de quel día tan tenso. Luego de un espectáculo entero de imitaciones y sátiras de nuestra absurda y a la vez maravillosa realidad, comenzó un preludio palabrístico a una canción completamente contrastante con todo lo anterior: una canción que hablaba de toda la alegría que le había traído su hijo, acaso nacido hacía poco más de un año... Cuando entonó la canción, de armonía sencilla, melodía pegajosa y un ritmo "atravesaíto" pero lento que la hacía especial, todo el público quedó muy enternecido, y su interpretación concluyó con el estruendo de una ovación... Fue la penúltima de esa noche... Como dije, todos estaban enternecidos, pero no sé si los demás habrían captado en ella el mismo mensaje que yo... La frase central de la canción (que no logro recordar si era el título) decía: "El mundo está nuevecito en los ojitos de mi bebé". Luego de esa frase, contaba innumerables maravillas que había descubierto o, mejor dicho, re-descubierto acompañado de su bebé; cosas tan cotidianas como las flores, las olas del mar y las estrellas del cielo nocturno nuevamente le dejaban atónito con la ayuda de los "ojitos de su bebé".

He ahí un detalle... dicen que el ser genio no es más que lograr ver lo obvio... no cualquiera al que le cae una manzana inesperadamente en la cabeza se preguntaría «¿por qué será que las manzanas caen para abajo?»; y cualquiera que se cree dominador de lo obvio respondería «pues claro, ¡no van a caer para arriba!», cosa que no responde la pregunta, OBVIAMENTE... es como si la pasión más febril y trascendental del hombre, el razonar, el conocer, el indagar, naciera de una "simple" fascinación, de la capacidad de maravillarse... de maravillarse de lo que le rodea y hasta de maravillarse de sí mismo, hasta parece ser que mientras más conocemos algo, más es capaz de maravillarnos.

La fascinación, la maravilla, es el hechizo que embriaga a nuestras mentes en el momento de la inquietud, es la excitación del pensamiento, la iniciación de la búsqueda del éxtasis quasi orgásmico del «¡Eureka!», lo que alimenta la energía de nuestras desarrolladas neuronas, lo que nos lleva fatal y dramáticamente a la inspiración, a la creación y a la comprensión, es el aire que respira nuestro preciado legado.

Pero el final (triste, desde mi perspectiva particular), es decir, lo que refleja nuestra vida, parece ser una especie de plan malévolo en detrimento del maravillarse; le enseñamos a los niños (y como niños aprendimos), más a través de nuestro ejemplo que como una doctrina inculcada conscientemente, a formar parte de la sarna materialista, hiperrealista y pesimista de los desmaravillados. Todo es un pragmatismo, todo es pesimismo, debemos formar parte de la cadena de infinitos eslabones infinitamente conectados de nuestra sociedad, pero de una manera casi autómata, y reprimimos su derecho a fascinarse de ella con nuestras alegorías diarias sobre los defectos de la misma. No sabemos que acaso todos cuando nacemos somos curiosos genios principiantes, novatos, maravillándonos de todo cuanto perciben nuestros sentidos, que llegados al mundo contienen en sí una infinita expectativa. No sabemos que al suprimir nuestra fascinación, al convertirnos en marionetas de la indiferencia, estamos frustrando el inconmensurable placer de la indagación, frustramos nuestra pasión por el conocimiento, por la comprensión... a veces recurrimos al juego de la fascinación semipermeable: a mí me maravilla esto pero no esto otro, por citar un ejemplo, «me gustan las ciencias, pero no las artes» ¡Por favor! ¡Qué sería de la ciencia sin el arte! ¡Qué sería del arte sin la ciencia! ¿Dónde ha quedado nuestra conciencia "universal"? ¿Acaso no eran los grandes genios conocedores de todo, de todo cuanto sus limitaciones fisiológicas les permitieron conocer? ¿Acaso no se supone que en nuestra formación básica están presentes las matemáticas, la lingüística, la geografía, la historia, las ciencias naturales, las artes plásticas, la música, los deportes y hasta el trabajo? ¿Por qué sin embargo asistimos a las instituciones educativas así como por obligación? ¿Por qué son tan comunes las frases «y a mí qué me import esto», «y eso a mí de qué me va a servir»? ¡Hemos perdido tanto la pasión por aprender!... hemos perdido la capacidad de maravillarnos de todo... es más, la mayoría de las veces, ni nos maravilla el estilo de vida, la cotidianidad que hayamos elegido...

Los niños, curiosos y juguetones, se detienen en un instante eterno sólo para mirar algo y con un gusto del que muchas veces solamente ellos disfrutan, señalan el objeto como queriendo compartirlo con nosotros, esperando que cada cosa nos produzca la misma maravilla, esperan que les hablemos de aquello y que nos detengamos como ellos a contemplarlo, acaso emitiendo de nuestros ojos el mismo brillo que hay en los suyos... Sí, y es que ante esa contemplación, ante la profunda admiración, nuestras pupilas se dilatan y nuestro corazón se acelera... es nuestro eterno idilio para con lo enigmático e insinuante del cosmos, que con su funcionamiento magistral y caótico, nos incita a comprenderlo o, al menos, a intentarlo.

Y sí, así me gusta vivir... siento que casi estoy hecha para admirar, para fascinarme, para contemplar, para maravillarme... y es que es ahí donde nace nuestro concepto de belleza, y hasta las más calculadas obras del ser humano son absolutamente bellas. Parece que la vida no me alcanza para contemplar tantas cosas susceptibles de ello, y es que cada detalle sutil del panorama de la realidad tiene un millón de historias que contarnos... ¿Qué esperas? ¡Maravíllate!






Texto escrito originalmente en mayo de 2006

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2 comentarios:

  1. Oyeee, esta reflexión esta tremenda, me encanto leerla y meditar un rato al respecto, me hizo pensar desde mi cuadro de creencias religiosas, (Que se es algo diferente al tuyo sin ningun tipo de ofensa por ello) en las palabras de Jesus, El se refirio al hecho de que para entrar en el reino de los cielos había que hacerse como un niño, llevandolo al contexto de tu lectura me doy cuenta que quizas iba implícito en sus palabras esa capacidad de maraviilarse por lo que Dios representa, por su maravilloso amor, y por la maravilla de su creación, elementos que tu mencionas y la canción, (Flor, mar, luna, sol) desde mi punto de vista me pregunto, ¿Acaso no creó El todo esto para sorprendernos? ¿acaso no quiere llamar la atención y que pensemos a traves de estos elementos y recursos en un Dios Maraviilloso que no pasa por alto el más mínimo detalle para nosotros? pues sip, creo esa era su intención, maravillarnos, capacidad que como tu bien lo dices, a los niños les sobra y parece irse apagando con el pasar de los años, quizas por eso a ellos les es mas facil creer en Dios, no por la inocencia, no por la influencia de alguien mas, sino por el hecho de entender que detras de todo lo creado y que a ellos lo maravilla, y mas alla de toda razón logica y cientifica, hay un Dios que asi lo quizo!

    Nota: Solo quiero compartir en lo que me hizo pensar cuando leí tu reflexión, sin conflictos, jeje. Sigue adelante con tus reflexiones, talento te sobra, gracias por compartirlas y hacer de este dia uno el que procurare maravillarme más! :)

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  2. Gracias por tu comentario Juanox. No me molesta que te expreses a través de tus creencias, más bien me da gusto tener lectores con perspectivas diferentes, y que les guste el contenido. Y no has sido ofensivo al expresarte, simplemente, eres religioso.

    Saludos.

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