“El cosmos no fue descubierto hasta ayer. Durante un millón de años era evidente para todos que aparte de la Tierra no había ningún otro lugar. Luego, en la última décima parte de un uno por ciento de la vida de nuestra especie, en el instante entre Aristarco y nosotros, nos dimos cuenta de mala gana que no éramos el centro ni el objetivo del universo, sino que vivíamos sobre un mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y en la eternidad, a la deriva por un gran océano cósmico punteado aquí y allí por centenares de miles de millones de galaxias y por mil millones de billones de estrellas. Sondeamos valientemente en las aguas y descubrimos que el océano nos gustaba, que resonaba con nuestra naturaleza. Algo en nosotros reconoce el Cosmos como su hogar. Estamos hechos de ceniza de estrellas. Nuestro origen y evolución estuvieron ligados a distantes acontecimientos cósmicos. La exploración del Cosmos es un viaje para autodescubrirnos”
Hay pocas cosas en mi corta vida que pueden ser consideradas una frontera, un quiebre de la existencia, una evolución en sí. Y la lectura de Cosmos fue una de ellas. Este año apenas y me entero de que hay un día dedicado a Carl Sagan que es, predeciblemente, el aniversario de la fecha de su nacimiento. Entonces he decidido aprovechar, y como muchos, hacerle un homenaje, aunque no de muchas pretensiones, éste es pues, un homenaje desde lo personal.
Cuando leí Cosmos tendría yo 12 años, era apenas una niña, y al igual que todos los niños tenía yo muchas inquietudes. A la mayoría de los niños los enseñan a callar la mayor parte de ese montón de inquietudes y curiosidades que tienen, mientras yo tuve la fortuna de leer este libro, que representaría para mí una especie de despertar. Todavía recuerdo a la persona que me lo recomendó, y también a la persona que me lo regaló, ambos respondiendo a la gran curiosidad que yo sentía por las estrellas, y casi sin perder tiempo y apenas con un limitado manojo de conocimientos a mi disposición, leí el libro entero, y aún hoy los cambios que este libro produjo en mi pensamiento se hacen sentir. Luego leería otros textos de él, como Un Punto Azul Pálido y El Cerebro de Broca.
La astronomía es en sí una ciencia bastante transversal, es decir, trata esencialmente el estudio de los astros, pero este estudio atraviesa prácticamente todas las demás disciplinas científicas. Una de las cosas que Sagan logró, fue dibujar genialmente esa transversalidad, y no despojar jamás a la ciencia de su humanidad, todo en un lenguaje accesible y que raya en lo poético. Así, a través de sus textos, lo más fácil es amar la ciencia, y ver su belleza desde todos los puntos de vista posibles; a la vez, yendo de la mano con la humanidad creadora de esta ciencia y viviendo sus historias y perspectivas. Leer Cosmos es ver el universo desde el ojo humano, y ¿de qué otra forma podríamos nosotros contemplarlo?
A través de las líneas de Sagan no sólo aprendí a usar mejor la razón, sino que encontré una infinita y profunda inspiración, como no la había encontrado en otra parte. El concepto mismo del Cosmos puede cambiar totalmente nuestra visión del mundo. En él, todo está interconectado, todo influye sobre todo, y nosotros mismos, nuestra conciencia, es el resultado de infinitas interacciones entre cosas y sucesos que normalmente veríamos como ajenos a nosotros. Así pues no sólo se razona, sino que se siente la conexión tan temida y a la vez tan anhelada por el individuo. Entonces uno se convierte en algo demasiado pequeño y a la vez demasiado grande; uno es tan frágil y diminuto en la inmensidad del universo, y a la vez tan excepcional, es decir, tan especial, pero uno a la final es el universo mismo en acción.
Así pues, mientras me paseaba y me regodeaba entre mundos extraños, entre relatos de civilizaciones antiguas, entre las colisiones atómicas de los núcleos estelares, entre las formas de vida más extrañas de la Tierra, entre los nubosos brazos de las galaxias, me regodeaba en mi espíritu mismo, y la contemplación podía ser total y fecunda. Descubría entonces la geometría y la poesía a la vez.
Sagan me enseñó a desconfiar de muchas cosas, entre ellas la religión. Y comprendí la importancia de la duda en el aumento de las perspectivas de la mente. Pero lo quizás lo más importante que me enseñó no fue la duda, sino una nueva fe: me enseñó a creer en la humanidad. Entre sus altas y bajas, entre su agricultura y su arquitectura, entre sus dioses y sus matemáticas, empecé a reconocer al hombre como el ser genial que es, y que tal vez por sentirse tan solo, no tiene más remedio que desconocerse a sí mismo. Pero, a pesar de todo, yo creo en el ser humano y en que es dueño de facultades que él mismo no se atreve a descubrir, y en que es uno de los estadios más evolucionados que conocemos de eso que llamamos Cosmos, es un ser con conciencia.
Al final, lo que yo crea es irrelevante; sólo sé que Carl Sagan no fue un hombre irrelevante ni para mí, ni para muchos, ni para la ciencia del siglo XX. Cómo decirlo… no soy más que una voz en la fuga cósmica, y no me queda más que contemplar y acaso intentar descifrar los secretos de su polifonía.
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Leerte es terapéutico.
ResponderEliminarEd.