miércoles, 19 de junio de 2013

Pasarse la vida contando

1.
Los músicos tenemos una extraña fascinación por todos aquéllos números primos que no sean el 2 o el 3. Claro, no digerimos números superiores si no es en base a ellos. Hablo de tiempos. Lo más común son los compases de 2, 3 y 4 tiempos. Dicen por ahí que los de 4 tienen un tiempo fuerte, uno débil, uno semifuerte, y uno débil. Así que 2+2.

Si queremos ritmos con números primos extraños, tipo 5, 7, 11 o 13, pues mira, tenemos que especificar ¿2+3 o 3+2? ¿3+3+3+2 o 3+2+3+3 o 2+3+3+3? En matemática es lo mismo, en música, definitivamente no. Es una cuestión de tiempos, de acentuaciones. No es lo mismo ún,dos,ún,dos,tres que ún,dos,tres,ún,dos. ¿Ves?

Sea lo que sea que especifiques, verás a los frenéticos inevitablemente moviendo la cabeza, y balbuceando "ún,dos,tres,ún,dos" mientras tocan, hasta que, como por arte de magia, algo en el cerebro entre en sincronización intuitiva con el extraño compás.



2.
Un calentamiento cualquiera en la clase de kungfu. He sido elegida para dirigirlo esta vez. Trotaremos. Y haciendo ejercicios variados repetiré los números hasta ocho, hasta diez, hasta veinte, o hasta lo que me plazca. En pleno conteo, pensaré de vez en cuando: "Creo que haré diez más. Haré sufrir a estos desgraciados". Claro que yo también tengo que hacer todos los ejercicios. Pero hay algo en contar en voz alta. Por alguna razón, cuando grito los números para que todos los oigan, aguanto más y hago los movimientos con más energía. Tampoco soy estúpida, algo tendrá que ver con la respiración, con el movimiento continuo y rítmico del diafragma para gritarles los números a todos ellos. Así que ¡sufran por diez repeticiones más! que soy yo la que está contando esta vez.


3.
En un grupo de rock, el baterista es quien da el tiempo a la entrada. El típico "one, two, three, four!" ¿Qué pasa cuando esto falla?

Pasó en estos días. Por alguna razón él solo hizo tres golpes. Nadie sabe, pero seguramente el número uno lo hizo en su cabeza, o nadie lo escuchó, o algo. Catástrofe. Porque él empezó a tocar porque efectivamente lo que para todos fue tres, para él fue cuatro. Y empezó con su ritmo. Y los demás entramos como pudimos. Nos pegamos ahí. O sea, cada quien entró en un momento diferente. Tengan por seguro que al menos en el segundo compás ya estábamos sincronizados.


4.
Cuando los intervalos entre número y número son demasiado largos, contar puede ser algo verdaderamente malo y contraproducente. Como cuando corres, por ejemplo. Muchos te lo recomiendan, NO cuentes los kilómetros, eso sólo hará que pienses en cuánto falta, y a lo que te sientas mínimamente cansado, desistirás. Claro para contarlos hace falta algún dispositivo, o dar vueltas por un lugar, que si es muy pequeño, inevitablemente tendrás que contar.

Cuando fui a la media maratón había carteles con los kilómetros. No los contaba yo, ellos estaban ahí. Y cada vez que pasaba alguno tipo "Km 9" sólo decía "¡mierda!". Y mi cerebro automáticamente pensaba en el tiempo que tenía ya corriendo, y en la sed que tenía, y que aún tendría que duplicar eso. No, no corrí todo el camino, pero caminando ¡te tardas todavía más! Y no crean que caminar no duele. Después de la corredera, y caminando a paso rápido, y corriendito de vez en cuando no vaya a ser que te atraquen, y viene un cartel "Km 15"... ¡Mierda, faltan como 6 más! ¿Cuándo llegará el próximo cartel? ¡¿Cuándo?!


5.
Una de las áreas más complicadas de la música es la armonía. Complicada en el aspecto teórico. Si tú no sabes nada de música y entras a una clase de armonía, pues estarás cual yo en una clase de ecuaciones no lineales.

Una tonalidad está representada en una escala. Una escala tiene siete notas. Sobre cada nota construyes un acorde. Y obtienes siete funciones armónicas.

Al principio todo es sencillo. Primer grado, cuarto grado, quinto grado. Luego segundo grado, sexto grado. Luego le agregas la séptima (que no es el séptimo grado, es la séptima del acorde, carajo).

Las cosas se ponen mejores cuando te quieres desviar (pasar momentáneamente de una tonalidad a otra). Empiezas por cosas como quinto del quinto, quinto del segundo, séptimo del sexto; y luego pasan cosas como segundo con séptima del segundo - quinto con séptima y la quinta aumentada del segundo - segundo con novena...

Ok, debía advertir que los que no eran músicos pasaran directamente al número seis ¿verdad? Sigamos.


6.
Un día cualquiera en el gimnasio. Series. Cuatro de doce, seis de quince, cuatro de veinticinco. Qué se yo. A esto hay que sumar el peso. Pero menos mal que eso lo pones y ya.

Mi pensamiento haciendo una serie cualquiera: "Uno, dos, tres, cuatro, cin... esa canción es buena *mientras sigue haciendo repeticiones*... laralala... mierda... ¿por dónde era que iba?"

De pronto, el entrenador está inspirado: "De este ejercicio harás diez de treinta." Y tú dices: "¿Diez?" Y haces lo peor que puedes hacer en tu vida: ¡multiplicar! No es lo mismo pensar en diez de treinta... que en ¡trescientos! ¿Es en serio? ¿Trescientas repeticiones? ¿Me quieres atrofiar el músculo? No importa lo que pienses o digas, terminarás en la maldita máquina haciendo diez de treinta, y la cosa de perder la cuenta es ahora doble: no es que te pierdas contando las treinta repeticiones; es que como a la quinta serie te preguntarás inevitablemente: "¿Esta es la quinta o la sexta? Ya no me acuerdo..."


7.
Tocar piano, o percusión... en una orquesta. Tus intervenciones por lo general son escasas, y están a minutos de distancia. Treinta y siete compases de espera, y en Adagio (un tempo muy, muy lento). Va el director midiendo, y uno contando. La primera vez que te toque hacer esa entrada en un ensayo, no entrarás. Es la ley. No entrarás. A menos que el director se acuerde de darte la entrada. Fijo entras antes, y te gritan "¡todavía no! ¡falta uno!", o no entras, y paran a toda la orquesta porque tú no entraste, y te dicen "ahí era, a ver si cuentas".

Bueno, ya escuchaste más o menos dónde era la entrada esa. Vienen otros dieciséis compases de espera. "Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cin... Espera ¿hay un calderón en ese compás? Ok, ahora sí, cinco..." Te hace señas el percusionista "*¿Por qué compás van?*", y mientras intentas entender lo que te está susurrando, pierdes la cuenta. "Más o menos iba por el siete. Ojalá que el director me dé la entrada", piensas.

Tu entrada está en el compás 380. El último compás que tocaste fue el 315. Algo pasó en el camino de los compases vacíos. Dice el director: "Entramos todos en el 334". Y tú dices: "Me toca contar compases, porque en mi partitura el 334 está perdido en el oscuro limbo de los compases de espera". Entra la orquesta. "Trescientos treinta y cuatro. Trescientos treinta y cinco. Trescientos treinta y seis... a la mierda, que me dé la entrada el director."


8.
La clase de kungfu. Hacemos combinaciones de golpes. Pero esta vez dirige el profesor. Ahí pasa lo peor que puede pasar: la incertidumbre del número. Sabes que contará, pero no sabes hasta cuánto. No sabes si debes estar cansado en el número cinco, o en el número diez, si se le ocurrirá hacer treinta y tú en la octava repetición ya agotaste las energías por andar muy emocionado.

Peor pasa cuando se trata de mantener una posición. Esta vez no solo está la incertidumbre del número. También está la incertidumbre del ritmo. Por lo general empieza contando rápido, pero a medida que avanza se pone más y más lento, y tú cada vez más y más tembloroso.

La mejor parte es cuando empieza a contar en chino. Y se me ocurre de pronto... debería aprenderme los números en varios idiomas, a ver si así me quito esta sensación de monotonía que produce estar contando todo en esta puta vida, y eso que yo no estudié ciencias.



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7 comentarios:

  1. Aseguran, entretanto, mis generosos amigos, que es justo incluir mi nombre entre los calculistas. Siéntome halagado por tan alta distinción, aunque pienso que, en general, los hombres son buenos calculistas. Calculista es el pescador que cuenta los peces que hay en su red; calculista es el soldado que avalora de una ojeada, cuando está en campaña, la distancia de una parasanga; el calculista es el poeta que cuenta las sílabas y mide el ritmo de los versos; calculista es el músico que aplica la división en compases, las leyes de la perfecta armonía; calculista es el pintor que traza las figuras según proporciones invariables, para obtener perspectiva; calculista es el humilde tejedor que dispone uno por uno, todos los hilos de su trabajo. ¡Todos, en fin, oh rey, son buenos y hábiles calculistas!

    El Hombre que Calculaba de Júlio César de Mello
    Capítulo 13

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    Respuestas
    1. Excelente y oportuna cita, mi querido Romer.

      Leí ese libro hace mucho tiempo, y ha sido uno de los más divertidos a mi parecer. No recuerdo bien, pero ¿no era el autor un árabe, o es que estoy confundida por los lugares donde transcurre la historia?

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    2. http://es.wikipedia.org/wiki/Malba_Tahan

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    3. Oh, qué tal que era un seudónimo, jajajajajajaja.

      En verdad sabía. No había ni Google cuando leí ese libro. Ya me acordé, las historias del calculista Beremiz Samir. Me acuerdo, por ejemplo del cuento de los cuatro cuatros, o cómo sacar los números del 1 al 10 haciendo operaciones aritméticas básicas con cuatro cuatros, jeje.

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    4. Creo que lo he leído unas 20 o 30 veces, sin exagerar. Aunque ha sido más por la brújula moral y espiritual que representa para mi el ficticio protagonista que por su dominio del cálculo.

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  2. jajajaj y seguimos contanto, cada fecha que pasa y las que faltan para el siguiente año volver a empezar a contar...

    Me gustó mucho aunque algo me dice que debo aprender la teoría musical jeje...

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