viernes, 28 de junio de 2013

Ego y eco

A principios de este año leí El punto crucial de Fritjof Capra, y hubo un pequeña idea que me fascinó.

Él, a pesar de ser un confeso ecologista, no defiende la prevalencia del "eco" sobre el "ego", sino que debe haber un equilibrio. Un equilibrio entre sensibilidad y autoafirmación. Léase: autoafirmación. Una de las condiciones necesarias para que un individuo sea tal.

Sin autoafirmación nunca se hubiera desarrollado la vida. Somos un sistema de múltiples niveles, pero nos percibimos como unidades. Es necesario para la supervivencia. Y nuestra complejidad intrínseca nos atormenta. Sin ego, no nos soportaríamos. Sin eco, tampoco.

Ego es sentirse una sola cosa, a pesar de estar compuesto un ser de miles de millones de microorganismos, hasta cierto punto autosuficientes, y de miles de millones de procesos simultáneos. A eso me refería con nuestra complejidad intrínseca. Ser consciente de "todo uno mismo" sería una tarea imposible. Sin embargo, el autoconocimiento puede llegar a obsesionarnos. Entendernos, como ser biológico y como ser psicológico.

Eco es ser conscientes de que a pesar de que somos autónomos, nuestra existencia no es posible aisladamente. Comprender que nosotros somos un micro-algo en un sistema mayor. Comprender que nuestras características, habilidades y conocimientos están sustentados en miles de millones de seres que coexisten con nosotros, que existieron antes que nosotros, y que nosotros afectamos a los miles de millones que existirán después de nosotros. La conciencia del eco puede ser también insoportable. Nos podríamos sentir insoportablemente pequeños y a la vez insoportablemente responsables. Sin embargo, el ser eco nos obsesiona. Entendernos como ser social, político, económico, como parte del ecosistema, como especie.

Así pues, somos dependientes e independientes a la vez, y cualquier visión que intente poner una cosa sobre la otra, estaría alejada de la realidad.

Esta pequeña idea, me llevará a posteriores reflexiones.

Arrecife de coral. Fuente: Wikimedia Commons.

--
Recibe las entradas en tu correo electrónico:
Enter your email address:

Delivered by FeedBurner

miércoles, 19 de junio de 2013

Pasarse la vida contando

1.
Los músicos tenemos una extraña fascinación por todos aquéllos números primos que no sean el 2 o el 3. Claro, no digerimos números superiores si no es en base a ellos. Hablo de tiempos. Lo más común son los compases de 2, 3 y 4 tiempos. Dicen por ahí que los de 4 tienen un tiempo fuerte, uno débil, uno semifuerte, y uno débil. Así que 2+2.

Si queremos ritmos con números primos extraños, tipo 5, 7, 11 o 13, pues mira, tenemos que especificar ¿2+3 o 3+2? ¿3+3+3+2 o 3+2+3+3 o 2+3+3+3? En matemática es lo mismo, en música, definitivamente no. Es una cuestión de tiempos, de acentuaciones. No es lo mismo ún,dos,ún,dos,tres que ún,dos,tres,ún,dos. ¿Ves?

Sea lo que sea que especifiques, verás a los frenéticos inevitablemente moviendo la cabeza, y balbuceando "ún,dos,tres,ún,dos" mientras tocan, hasta que, como por arte de magia, algo en el cerebro entre en sincronización intuitiva con el extraño compás.



2.
Un calentamiento cualquiera en la clase de kungfu. He sido elegida para dirigirlo esta vez. Trotaremos. Y haciendo ejercicios variados repetiré los números hasta ocho, hasta diez, hasta veinte, o hasta lo que me plazca. En pleno conteo, pensaré de vez en cuando: "Creo que haré diez más. Haré sufrir a estos desgraciados". Claro que yo también tengo que hacer todos los ejercicios. Pero hay algo en contar en voz alta. Por alguna razón, cuando grito los números para que todos los oigan, aguanto más y hago los movimientos con más energía. Tampoco soy estúpida, algo tendrá que ver con la respiración, con el movimiento continuo y rítmico del diafragma para gritarles los números a todos ellos. Así que ¡sufran por diez repeticiones más! que soy yo la que está contando esta vez.


3.
En un grupo de rock, el baterista es quien da el tiempo a la entrada. El típico "one, two, three, four!" ¿Qué pasa cuando esto falla?

Pasó en estos días. Por alguna razón él solo hizo tres golpes. Nadie sabe, pero seguramente el número uno lo hizo en su cabeza, o nadie lo escuchó, o algo. Catástrofe. Porque él empezó a tocar porque efectivamente lo que para todos fue tres, para él fue cuatro. Y empezó con su ritmo. Y los demás entramos como pudimos. Nos pegamos ahí. O sea, cada quien entró en un momento diferente. Tengan por seguro que al menos en el segundo compás ya estábamos sincronizados.


4.
Cuando los intervalos entre número y número son demasiado largos, contar puede ser algo verdaderamente malo y contraproducente. Como cuando corres, por ejemplo. Muchos te lo recomiendan, NO cuentes los kilómetros, eso sólo hará que pienses en cuánto falta, y a lo que te sientas mínimamente cansado, desistirás. Claro para contarlos hace falta algún dispositivo, o dar vueltas por un lugar, que si es muy pequeño, inevitablemente tendrás que contar.

Cuando fui a la media maratón había carteles con los kilómetros. No los contaba yo, ellos estaban ahí. Y cada vez que pasaba alguno tipo "Km 9" sólo decía "¡mierda!". Y mi cerebro automáticamente pensaba en el tiempo que tenía ya corriendo, y en la sed que tenía, y que aún tendría que duplicar eso. No, no corrí todo el camino, pero caminando ¡te tardas todavía más! Y no crean que caminar no duele. Después de la corredera, y caminando a paso rápido, y corriendito de vez en cuando no vaya a ser que te atraquen, y viene un cartel "Km 15"... ¡Mierda, faltan como 6 más! ¿Cuándo llegará el próximo cartel? ¡¿Cuándo?!


5.
Una de las áreas más complicadas de la música es la armonía. Complicada en el aspecto teórico. Si tú no sabes nada de música y entras a una clase de armonía, pues estarás cual yo en una clase de ecuaciones no lineales.

Una tonalidad está representada en una escala. Una escala tiene siete notas. Sobre cada nota construyes un acorde. Y obtienes siete funciones armónicas.

Al principio todo es sencillo. Primer grado, cuarto grado, quinto grado. Luego segundo grado, sexto grado. Luego le agregas la séptima (que no es el séptimo grado, es la séptima del acorde, carajo).

Las cosas se ponen mejores cuando te quieres desviar (pasar momentáneamente de una tonalidad a otra). Empiezas por cosas como quinto del quinto, quinto del segundo, séptimo del sexto; y luego pasan cosas como segundo con séptima del segundo - quinto con séptima y la quinta aumentada del segundo - segundo con novena...

Ok, debía advertir que los que no eran músicos pasaran directamente al número seis ¿verdad? Sigamos.


6.
Un día cualquiera en el gimnasio. Series. Cuatro de doce, seis de quince, cuatro de veinticinco. Qué se yo. A esto hay que sumar el peso. Pero menos mal que eso lo pones y ya.

Mi pensamiento haciendo una serie cualquiera: "Uno, dos, tres, cuatro, cin... esa canción es buena *mientras sigue haciendo repeticiones*... laralala... mierda... ¿por dónde era que iba?"

De pronto, el entrenador está inspirado: "De este ejercicio harás diez de treinta." Y tú dices: "¿Diez?" Y haces lo peor que puedes hacer en tu vida: ¡multiplicar! No es lo mismo pensar en diez de treinta... que en ¡trescientos! ¿Es en serio? ¿Trescientas repeticiones? ¿Me quieres atrofiar el músculo? No importa lo que pienses o digas, terminarás en la maldita máquina haciendo diez de treinta, y la cosa de perder la cuenta es ahora doble: no es que te pierdas contando las treinta repeticiones; es que como a la quinta serie te preguntarás inevitablemente: "¿Esta es la quinta o la sexta? Ya no me acuerdo..."


7.
Tocar piano, o percusión... en una orquesta. Tus intervenciones por lo general son escasas, y están a minutos de distancia. Treinta y siete compases de espera, y en Adagio (un tempo muy, muy lento). Va el director midiendo, y uno contando. La primera vez que te toque hacer esa entrada en un ensayo, no entrarás. Es la ley. No entrarás. A menos que el director se acuerde de darte la entrada. Fijo entras antes, y te gritan "¡todavía no! ¡falta uno!", o no entras, y paran a toda la orquesta porque tú no entraste, y te dicen "ahí era, a ver si cuentas".

Bueno, ya escuchaste más o menos dónde era la entrada esa. Vienen otros dieciséis compases de espera. "Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cin... Espera ¿hay un calderón en ese compás? Ok, ahora sí, cinco..." Te hace señas el percusionista "*¿Por qué compás van?*", y mientras intentas entender lo que te está susurrando, pierdes la cuenta. "Más o menos iba por el siete. Ojalá que el director me dé la entrada", piensas.

Tu entrada está en el compás 380. El último compás que tocaste fue el 315. Algo pasó en el camino de los compases vacíos. Dice el director: "Entramos todos en el 334". Y tú dices: "Me toca contar compases, porque en mi partitura el 334 está perdido en el oscuro limbo de los compases de espera". Entra la orquesta. "Trescientos treinta y cuatro. Trescientos treinta y cinco. Trescientos treinta y seis... a la mierda, que me dé la entrada el director."


8.
La clase de kungfu. Hacemos combinaciones de golpes. Pero esta vez dirige el profesor. Ahí pasa lo peor que puede pasar: la incertidumbre del número. Sabes que contará, pero no sabes hasta cuánto. No sabes si debes estar cansado en el número cinco, o en el número diez, si se le ocurrirá hacer treinta y tú en la octava repetición ya agotaste las energías por andar muy emocionado.

Peor pasa cuando se trata de mantener una posición. Esta vez no solo está la incertidumbre del número. También está la incertidumbre del ritmo. Por lo general empieza contando rápido, pero a medida que avanza se pone más y más lento, y tú cada vez más y más tembloroso.

La mejor parte es cuando empieza a contar en chino. Y se me ocurre de pronto... debería aprenderme los números en varios idiomas, a ver si así me quito esta sensación de monotonía que produce estar contando todo en esta puta vida, y eso que yo no estudié ciencias.



--
Recibe las entradas en tu correo electrónico:
Enter your email address:

Delivered by FeedBurner

sábado, 8 de junio de 2013

El arte es calidad de vida

En estos días recordaba esta memorable frase que nos repetía una y otra vez el profesor Isea en la universidad: "el arte es calidad de vida". Él la mencionaba a propósito de la cultura generalizada que hay en este país de no pagar por el arte, porque el arte "no aporta nada a la sociedad" o algo por el estilo.

Luego de un toque el sábado pasado, se me acerco un señor entrado en años haciéndome comentarios sobre lo excelente que la habían pasado, cantando, bailando, bebiendo y compartiendo. Me decía que hace mucha falta que se hagan eventos culturales, sobre todo en momentos de tensión política como los que vive Venezuela.

En ese momento me acordé de la susodicha frase: la gente en ese espacio había hecho una catarsis, fundamental en mi opinión para mantener la salud emocional, que solo puede lograrse a través de la cultura. Cultura, arte, llámese como se llame. Eso por lo que nadie quiere pagar.

Lo escabroso del asunto es que en épocas de crisis, una de las primeras cosas que se recortan es la cultura, y el momento que estamos viviendo no nos favorece a los artistas para nada. Primero, por la poca bonanza económica, que hace que la gente gaste en lo básico, y allí el arte lamentablemente no está, y segundo por la falta de libertad de expresión y difusión de contenidos, o la obligación de servir a intereses ideológicos determinados en las instituciones culturales.

Yo a veces me pregunto para qué rayos sirve el arte, pero eso, el arte es fundamentalmente el único espacio en el que el hombre es libre y auténticamente él mismo, es la única manera de ser locos justificadamente, de sacar fuera nuestros demonios, y de expresar lo inexpresable. Pero considero que es la única forma de expulsar tensiones que de otro modo no saldrían. Hay gente medio loca como yo que decide dedicar la vida a ello. 

Por estas razones precisamente, el arte es fundamental en la educación. No como enseñanza de historia del arte, sino como espacio para la creatividad y la improvisación. Ese renglón está muy descuidado en nuestro país, y esto ha traído como consecuencia que haya generaciones que no aprecian la creación artística, y que no tienen criterio alguno para seleccionar contenidos artísticos.

Nuestra pobre calidad de vida está en detrimento del arte, y la falta de arte en detrimento de nuestra ya pobre calidad de vida. Así, el ciclo se repite y se refuerza. Ese reforzamiento viene muchas veces incluso desde los cultores que piensan que la gente no tiene por qué pagarles, o que es el gobierno el único que debe ocuparse del sector cultural.

Y así, seguimos sin arte. Seguimos sin calidad de vida.

superUbO / Music Photos / CC BY
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...